No cabe duda, la necesidad de adjetivar las conductas de los partidos socialdemócratas y progresistas como pertenecientes a la izquierda trae consigo practicar ejercicios ideológicos malabares. Es común endosar el calificativo de “izquierda institucional” cuando nos referimos a un conjunto de organizaciones políticas cuyas bases doctrinales no cuestionan el capitalismo, declarándose, genéricamente, pro sistema. Principio sobre el cual apoyan su decisión de aceptar las reglas del juego de la economía de mercado como sustento material para crear riqueza.
Lo dicho tiene consecuencias inmediatas. Su decisión trae consigo avalar el proceso de concentración y centralización del capital como criterio fundamental para crear riqueza y generar crecimiento económico. Por consiguiente, dentro de sus programas no encontramos ninguna crítica de fondo a las relaciones sociales de explotación sobre las cuales el capitalismo construye su dominio y ejerce el poder político. Al contrario, se siente cómodos en su interior.
Para justificar su decisión, la izquierda institucional y la socialdemocracia se sirven de argumentos pedestre y ciertamente maniqueos. Su lógica consiste en negar la lucha de clases, y la división social del trabajo en la cual se puede hablar, genéricamente, de explotados y explotadores. Para sus representantes, la explotación es un pretexto para enconar las relaciones humanas.
Es un asumir la visión idílica de la hermandad y la complementariedad de objetivos entre trabajadores y empresarios. Ambos tienen intereses comunes, salir adelante y procurar el bien común. Unos invierten su capital, asumen el riesgo y generan empleo; mientras tanto, los trabajadores, cobran un salario por vender su fuerza de trabajo en función de su preparación, su productividad y su compromiso con sacar adelante la empresa. Es el dilema del prisionero extrapolado al proceso de acumulación de capital.
De esta manera, gracias a la izquierda del capitalismo, este se reinterpreta y queda absuelto de ser un orden depredador, deshumanizante, asentado en la desigualdad, la explotación y la injusticia social. Digamos las cosas por su nombre, no se trata de una izquierda institucional o una socialdemocracia reformista, sino de una nueva especie política nacida a la luz de sus mutaciones; es mejor llamarla izquierda del capitalismo, término más acorde con sus propuestas y claudicaciones. Démosle la bienvenida denunciando sus espurios intereses y poniendo al descubierto sus objetivos, mantener inalteradas las estructuras de explotación de este capitalismo salvaje del siglo XXI.
Marcos Roitman
roitman@arrakis.es
Madrid, España
Extraído del Correo del Orinoco
www.caminosocialista.blogspot.com
caminosocialista@gmail.com
Lo dicho tiene consecuencias inmediatas. Su decisión trae consigo avalar el proceso de concentración y centralización del capital como criterio fundamental para crear riqueza y generar crecimiento económico. Por consiguiente, dentro de sus programas no encontramos ninguna crítica de fondo a las relaciones sociales de explotación sobre las cuales el capitalismo construye su dominio y ejerce el poder político. Al contrario, se siente cómodos en su interior.
Para justificar su decisión, la izquierda institucional y la socialdemocracia se sirven de argumentos pedestre y ciertamente maniqueos. Su lógica consiste en negar la lucha de clases, y la división social del trabajo en la cual se puede hablar, genéricamente, de explotados y explotadores. Para sus representantes, la explotación es un pretexto para enconar las relaciones humanas.
Es un asumir la visión idílica de la hermandad y la complementariedad de objetivos entre trabajadores y empresarios. Ambos tienen intereses comunes, salir adelante y procurar el bien común. Unos invierten su capital, asumen el riesgo y generan empleo; mientras tanto, los trabajadores, cobran un salario por vender su fuerza de trabajo en función de su preparación, su productividad y su compromiso con sacar adelante la empresa. Es el dilema del prisionero extrapolado al proceso de acumulación de capital.
De esta manera, gracias a la izquierda del capitalismo, este se reinterpreta y queda absuelto de ser un orden depredador, deshumanizante, asentado en la desigualdad, la explotación y la injusticia social. Digamos las cosas por su nombre, no se trata de una izquierda institucional o una socialdemocracia reformista, sino de una nueva especie política nacida a la luz de sus mutaciones; es mejor llamarla izquierda del capitalismo, término más acorde con sus propuestas y claudicaciones. Démosle la bienvenida denunciando sus espurios intereses y poniendo al descubierto sus objetivos, mantener inalteradas las estructuras de explotación de este capitalismo salvaje del siglo XXI.
Marcos Roitman
roitman@arrakis.es
Madrid, España
Extraído del Correo del Orinoco
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